As many, I'm troubled by the recent shootings in the US (in Buffalo, NY, and then in Uvalde, TX). My colleagues and I published a paper in 2015 where we found that the occurrence of a mass killing in the US tends to incite subsequent events in the following 1-2 weeks. This is, of course, highly troublesome. And a number of questions arise: Is this pattern generalizable outside of the US? Does it apply to events of a smaller scale (e.g., petty crimes, or singular murders)? With a few caveats, I think the answer to both questions is 'yes'.
The reason mass killings incite subsequent mass killings, we hypothesized in our paper, is because the widespread attention and media reports which spread the news, and promote the ideation for carrying forward further crimes. But the fundamental mechanisms of copying what others do run more deeply in our veins, and we need to rethink how information is reported for crimes such that our inner nature does not promote more crime. The question about how to report crimes is tightly linked with the question about the motivations behind violent acts. Both phenomena (the reporting of news and the violent act) seek to spread a message. If they both end up sending the same message (explicitly or implicitly, intentionally or unintentionally), they will reinforce each other and will induce contagion. Hence, a critical question to ask is what is the message that criminals (and mass killers in particular) want to spread, and how to report the news in a way that (hopefully) negates the message of the killer. The psychological and sociological research on the motives of criminals has a long history. For example, we know that the perpetrators of homicides (mass shootings included) usually think their acts were morally justified. The acts are motivated by what the perpetrators perceive were moral transgressions committed to them by the victim (or by some institution or group of people, in the case of mass killings). In the book "Seductions of Crime: Moral and Sensual Attractions in Doing Evil", the sociologist Jack Katz argues that crimes typically originate from moral rage, and are linked with emotions like humiliation, righteousness, arrogance, ridicule, cynicism, defilement, and vengeance. For these reasons, I think contagion is present in smaller scale events as well. Since (a) most acts of violent crime are moral in nature, (b) moral acts are something that as humans we like to display publicly, and (c) humans have an innate tendency to imitate virtuous displays of morality and be recognized by others for "acting morally", crimes, as a consequence, are all expected to be contagious at least to some extent. This is possibly known by the perpetrators of crimes at a subconscious level, which may explain why researchers have observed that mass murderers tend to also seek fame with their acts. That is, they seek credit for events they think are in the service of a higher moral good. So a recommendation that has emerged from these observations is that these events should be reported, but no information about the killer should be provided (their history, possible motivations, etc). The following are interesting references on this subject:
0 Comments
Estaba diciendo que cocinar era algo que me parecía curiosamente difícil. Pocos lo hacen, y de los que lo hacen, pocos lo hacen bien. ¿Por qué? En un extremo, tenemos a nuestros primos animales, menos racionales y más instintivos, que tienen comportamientos innatos que los guían a la hora de conseguirse su comida. Y en el otro extremo, están todas nuestras hazañas que hemos conseguido como especie, con un gran record de avances tecnológicos y científicos. Cocinar debería estar en un punto medio, en el que nuestros instintos animales se suman a nuestra gran inteligencia para traducirse en una facilidad natural para cocinar. Y sin embargo, no es así.
Me quedé diciendo al final de mi última entrada que en nuestras mamás, y en el hecho de que las tengamos que llamar frecuentemente para que nos ayuden en las tareas más básicas, está la clave para entender esta paradoja. Hablaré de una teoría que se ha venido desarrollando alrededor de estos temas. La pregunta que me hago es, ¿podría ser esta teoría el fundamento biológico para entender la innovación y el desarrollo económico? Parte 2: “La necesidad es la madre de…” El antropólogo Joseph Henrich, actualmente profesor del departamento de biología y evolución humana de la universidad de Harvard, ha estado desarrollando por varios años dicha teoría. Henrich y sus colaboradores han venido diciendo desde hace varios años que la inteligencia es la dimensión equivocada para entender al ser humano, sus hazañas y limitaciones. Muchos experimentos muestran que nuestra inteligencia innata, de hecho, no es muy distinta de la de otros primates. La teoría de Henrich y colaboradores hace énfasis, en cambio, en otra habilidad de los seres humanos poco mencionada en los libros de biología. Si la habilidad de los perros es tener un súper olfato, la de los chitas correr a una súper velocidad, y la de las águilas tener una súper visión, resulta que la habilidad de los seres humanos es ser unos súperimitadores. Así es. El plagio y la copia son lo nuestro por naturaleza. Cuando estamos en aprietos, como cuando tenemos hambre, o vamos a un examen sin haber estudiado, el instinto que de repente nos invade es el de la imitación. “La necesidad es la madre de la invención” dicen por ahí. No es así. En realidad, la necesidad es la madre de la imitación. El comportamiento típico que vemos en los estudiantes que no se preparan no es la inventividad, es la copia. Irónicamente, es para inventar mejores y más eficientes maneras para copiarse que emerge el impulso innovador (durante la universidad fui testigo de formidables estructuras triangulares, heredadas y transmitidas de una promoción a la siguiente, que usaban los estudiantes para copiarse colectivamente de los pocos que sí habían estudiado). Así pues, este instinto explica por qué estudiar cocina consiste no en recluirse en una biblioteca a leerse todos los libros con recetas, sino en imitar una y otra vez a nuestros cocineros preferidos (en mi caso, mi mamá). Y lo mismo ocurre con todo. Nuestro proceso de crecimiento y desarrollo es extremadamente largo comparado con otros animales. Pero es porque el nuestro consiste en aprender la mayor cantidad de elementos de ese gran paquete que llamamos nuestra cultura. ¡Lo hacemos imitando a nuestros padres (quisiera decir “emulando”, pero la verdad es que también agarramos muchas de sus malas mañas)! A medida que crecemos aprendemos a imitar a nuestras tías y tíos, abuelos, y eventualmente a los héroes de nuestros mitos y leyendas. Hoy en día los jóvenes imitan a sus rockstars preferidos y las estrellas de Hollywood. Esto puede ser bueno o malo dependiendo de la situación, pero lo cierto es que imitar es parte esencial de nuestra naturaleza. Parte 3: “Sobre hombros de enanos” Este súper poder de imitación tiene unas consecuencias que son, yo diría, casi esotéricas. La primera es que permite que una idea, comportamiento, creencia o práctica, se replique con una precisión suficiente como para sobrevivir más tiempo que lo que vive un ser humano. Es decir, las ideas, comportamientos, creencias y prácticas, gracias a nuestra súper habilidad, cobran vida propia, saltando de cerebro en cerebro, generación tras generación, sin deteriorarse mayormente. Algunas viven un par de años, pero muchas viven por milenios. La segunda consecuencia es que esas ideas, comportamientos, etc., a medida que se esparcen por varios cerebros a través del espacio y el tiempo, se van combinando y modificando. Por lo tanto, a medida que la población de seres humanos crece, el número de ideas, comportamientos, etc., comienza a crecer y, por lo tanto, comienza a emerger una lenta acumulación de información. La colección acumulada de ideas, comportamientos, creencias, prácticas, mañas, trucos, tecnologías, valores y normas de una población humana es lo que Henrich define como cultura. La tercera consecuencia es que nuestros dones le permitieron a la evolución darwiniana expandirse para actuar en un nuevo substrato: el mundo mental humano. En otras palabras, cuando el substrato es la materia (hecha de átomos y moléculas) la evolución darwiniana da lugar a la diversidad de plantas, insectos y animales que componen un determinado ecosistema. Cuando el substrato es el mundo mental la evolución darwiniana da lugar a la diversidad de ideas, prácticas, herramientas, normas y comportamientos que componen una determinada cultura (un proceso parecido ya había sido sugerido en 1976 por el biólogo Richard Dawkins, acuñando el término “meme” para referirse a cualquier unidad de transmisión cultural que evoluciona). Finalmente, la última consecuencia, que es para mí la más interesante, es que el mérito de la mayoría de las innovaciones tecnológicas y científicas no es de los individuos, ya que éstos son sólo el substrato donde las ideas viven y se reproducen. El mérito se lo lleva la cultura en la cual la innovación ocurre. Newton fue muy sabio al decir “Si he mirado lejos es porque me he parado sobre hombros de gigantes”. En vez de gigantes, Henrich y compañía dicen que las innovaciones pasan cuando muchos enanos se paran sobre los hombros de muchísimos otros enanos. Es difícil condensar toda esta investigación en unos pocos párrafos, y le recomiendo al lector que ahonde en ella. Henrich demarca toda esta teoría bajo el nombre de La Hipótesis del Cerebro Cultural. Desde que aprendí sobre esta teoría me siento más en paz con mis dificultades para cocinar. Pero me inquieta lo que pueda significar para culturas que están teniendo dificultades para superar sus problemas políticos, económicos y sociales. La habilidad que ha sido nuestra fortaleza desde el punto de vista ecológico, esa que nos ha permitido explorar todos los rincones del globo, puede hoy en día ser nuestra debilidad más fuerte. Me inquieta pensar que seamos tan adictos a replicar comportamientos pasados, que terminemos siendo incapaces de cambiar rápidamente como sociedad. ¿Qué capacidades tenemos para reproducir los elementos buenos de nuestra cultura y no los malos, y cuál es la mejor ruta para que el cambio hacia una “mejor” cultura no tome milenios? Mi proceso para aprender a cocinar ha sido lento, frustrante e incluso doloroso algunas veces. Afortunadamente, mi mamá ha sido un gran apoyo en este proceso. Hay quienes obviamente tienen más facilidad para cocinar, y puede que yo sea especialmente negado, pero apostaría que la mayoría de las personas sufren más o menos las mismas dificultades al tratar de cocinar. Hoy quiero usar el tema de la cocina para desarrollar algunas intuiciones y preguntas sobre los sistemas sociales, nuestra capacidad de innovación y desarrollo económico. Como siempre, me estoy adelantando a conectar ideas aparentemente disparatadas. Así que comencemos por la cocina.
Parte 1: La dificultad de cocinar ¿Por qué nos resulta difícil cocinar? Dada la cantidad de información para cocinar que hay hoy en día en todas partes y conseguirla es tan fácil, ¿por qué tan pocas personas lo hacen? Y si cocinar consiste en seguir unas instrucciones claras y específicas, ¿por qué son tan pocas las personas que saben cocinar bien? Algunos dirán que cocinar es un arte, no una ciencia. Que desarrollar nuevos platos con nuevos sazones es una labor altamente creativa y artística, de mucha sensibilidad y paciencia, y por eso es muy difícil. Además, muchos no están siquiera interesados en preparar un huevo. Pero yo estoy hablando de replicar recetas relativamente tradicionales, como hacer un simple pan, preparar un arroz que quede bien, y tal vez unos buenos fríjoles, una buena sopa, o una buena pasta. Yo digo que es relativamente difícil, ¿pero relativo a qué? Pues permítanme poner en dos contextos distintos el acto de cocinar. Primero, en el contexto animal. Aunque el ser humano siente al igual que todos los animales hambre y la necesidad de comer, el humano carece de fuertes instintos naturales de supervivencia con respecto a la comida. Nos da hambre, pero eso no parece desencadenar instintos ocultos de caza. Por eso nos llaman tanto la atención películas como Naúfrago (con Tom Hanks), o series como Lost. Porque conseguir comida en la mitad de la selva no es una cuestión de darle rienda suelta a nuestros instintos cazadores. La capacidad de preparar nuestra propia comida no parece ser una habilidad preprogramada en los genes la cual se desarrolla natural y paulatinamente, y que tenemos que reprimir en la medida que vivimos en una sociedad (dudo en afirmar esto que escribo, pues se me vienen a la cabeza algunos amigos que comen como perros). Aunque muchos animales pasan también por un proceso de aprendizaje para cazar y conseguir comida, creo que es sensato decir que a los humanos nos queda más difícil que al resto de animales desenvolvernos solos a la hora comer. Quiero decir, a modo de breve paréntesis, que el problema de sobrevivir en una isla remota como en Lost ni siquiera depende de nuestra capacidad de cooperar los unos con los otros exitosamente (como la serie parecía sugerir). Existen numerosos relatos de grupos de experimentados exploradores varados en lugares como Australia, el Amazonas y el Ártico, que murieron por la incapacidad de lidiar con el medio ambiente. En segundo lugar, quiero comparar el acto de cocinar con el acto de llegar a la Luna, desentrañar los secretos del átomo y pegarle una ojeada al origen del Universo. Quiero hacer esta comparación porque nos ufanamos de ser muy inteligentes. Para mí que si hemos sido capaces de hacer todo esto, seguir una receta de cocina no debería ser mayor problema. Y sin embargo, ¿cuántas veces tenemos que llamar a nuestra mamá para preguntarle por enésima vez cómo es que se hace para que el arroz no quede pegajoso? Nos gusta mirarnos al espejo y decirnos a nosotros mismos que nuestra inteligencia es lo que nos ha permitido desarrollar tecnologías que nos han convertido en la especie dominante del planeta y colonizar con nuestras máquinas casi todos los rincones del sistema solar. Absolutamente ningún otro animal ha podido hacer lo mismo. De hecho, con el reciente descubrimiento experimental de LIGO (Laser Interferometer Gravitational-Wave Observatory) se me pone la piel de gallina. Pensar que un ser humano llamado Albert Einstein, hace 100 años, logró desarrollar una ecuación que predice simultáneamente: la forma en que las manzanas caen al piso; la manera en que los planetas orbitan las estrellas; el hecho de que el Universo está en expansión; que el espacio, el tiempo, la materia y la energía están todos íntimamente relacionados; y que el espacio-tiempo se curva y genera ondas, ¡algo que sólo se pudo confirmar un siglo después! Predicciones que, además, son cuantitativamente exactas para todos los efectos prácticos. Y sin embargo, la gran mayoría de nosotros somos incapaces de replicar ese “arroz con leche que le quedaba tan rico a la abuela”. La leyenda cuenta que Einstein declaró que su segunda mejor idea, después de su Teoría de la Relatividad General, fue cocinar un huevo duro mientras cocinaba la sopa, ya que así mató dos pájaros de un tiro y se ahorró la lavada de dos ollas en lugar de una. Aunque esta historia es probablemente falsa, presenta una paradoja que es real sobre nosotros los humanos: que conseguir el truco para entender el Universo y el truco para un buen plato de cocina sean igualmente difíciles. Esta paradoja, para algunos científicos, ha sido la puerta para entender la naturaleza humana y los sistemas sociales. La clave, dicen, está en el hecho de que tengamos que llamar frecuentemente a nuestra mamá para que nos dé el truco. En mi próxima entrada continuaré esta historia sobre la dificultad que tenemos de cocinar y, en general, de seguir instrucciones, nuestra dependencia de otros para poder seguir estas instrucciones, y conectaré ambas cosas con una nueva teoría que se ha venido desarrollando en algunos círculos científicos sobre la cultura como fenómeno biológico. Esta teoría genera una serie de preguntas interesantes sobre las posibilidades de innovación y desarrollo económico en sociedades humanas. En el colegio nos enseñan que hay tres estados de la materia: sólido, líquido y gaseoso. Es algo que aprendemos y podemos percibir sin dificultad en nuestro entorno. Es natural pensar que cualquier otro estado tendría que ser algo exótico, alejado de la vida cotidiana, como lo que le pasa a la materia dentro de una estrella, o al comienzo del universo.
El tema en sí de los estados de la materia parece ser, a primera vista, un tema que sólo es relevante para unos pocos científicos, muy especializados en catalogar distintas sustancias en los diferentes estados, y en buscar excepciones. Sin embargo, gracias a los avances en las ciencias de la complejidad, la comunidad científica en los últimos 15 años ha comenzado a considerar que este tema va mucho más allá de la física y la química, siendo posiblemente el corazón central de la Ciencia en general. Y dada su gran generalidad, a mí me parece que este tema es muy importante para entender y manejar nuestros sistemas sociales y económicos. Pero me estoy adelantando, así que déjenme comenzar por el principio, cuando personalmente me topé con todas estas ideas. En la universidad, estudiando física, aprendí que lo que me habían enseñado en el colegio había consistido en darle los nombres “sólido”, “líquido” y “gaseoso” a tres fenómenos, pero no a entenderlos. Parte del proceso para entender qué eran los “estados de la materia” fue darse cuenta que había muchos más de tres: condensados de Bose-Einstein, plasmas de partículas cargadas, materiales superconductores, superfluídos, por nombrar algunos. Después, fue entender que lo que determina si un material está en un estado u otro son sus propiedades emergentes. Son “emergentes” porque se hacen más evidentes a medida que nos alejamos de las partes que componen el material y lo miramos más como un todo. Las propiedades emergentes se mantienen constantes bajo un amplio rango de condiciones. Existen ciertos puntos de transición, sin embargo, más allá de los cuales estas propiedades emergentes pueden cambiar drásticamente. Por ejemplo, la liquidez es una de las propiedades emergentes del agua. El agua sigue siendo líquida entre 0 y 100 grados Celsius, pero más allá de estas temperaturas hay otros estados que llamamos hielo y vapor, y la transición a estos estados es drástica. Lo que es interesante es que estas propiedades no surgen de las características individuales de las partes, sino son la consecuencia de cómo las partes interactúan unas con otras. Por ejemplo, una sola molécula de H2O no es ni agua líquida, ni hielo, ni vapor. Pero si agarramos una bolsa con muchas moléculas de H2O una nueva característica surge y nuestra bolsa de moléculas ahora nos puede mojar. Es un hecho sobre el que deberíamos reflexionar más a menudo. ¿Cómo es posible que algo como la “liquidez” del agua “surja”? ¿De dónde? ¿Si las interacciones entre las partes son las que generan las propiedades emergentes, son estas últimas únicamente propiedades de sistemas materiales, o también de sistemas biológicos y sociales? Pues bien, fenómenos emergentes con sus respectivos estados están en todos lados. En lo biológico, fenómenos como la sincronización de las células cardiacas, el comportamiento coherente de una colonia de hormigas, el comportamiento colectivo de las neuronas que da lugar a pensamientos (y a la conciencia), y en últimas, el estar vivo o muerto, son características de sistemas vistos como un todo, no de sus partes. Cuando se habla de propiedades emergentes, literal y tangiblemente, “el todo es más que la suma de las partes”. Ahora bien, identificar estos fenómenos como emergentes no los explica en su totalidad, pero es un paso necesario para entenderlos. En lo social, fenómenos emergentes los vemos todo el tiempo también, pero son menos intuitivos. Por ejemplo, muchos de los trancones de tráfico son fenómenos emergentes que ocurren repentinamente y sin ninguna causa individual. ¿Cuántas veces nos encontramos en un trancón en el que decimos que tuvo que haber un estrellón y, de repente, el trancón se disuelve sin dejar evidencias de ningún accidente? Otros ejemplos son las crisis financieras, las guerras, y las modas. En la práctica tenemos la tendencia a centrarnos en los “arboles” y no en el “bosque”. Nos enfocamos demasiado en los individuos pero poco en sus interacciones y, por lo tanto, poco en las propiedades emergentes de nuestros grupos sociales. En políticas públicas, por ejemplo, nos esforzamos mucho en educar a los individuos y poco en educar a la sociedad, dos cosas igualmente necesarias, pero distintas. Nuestra obsesión con los individuos es tal que vamos al punto de asignarle atributos de personas a sistemas sociales como ciudades o países: “Barcelona es muy amable, Londres muy agresiva, y Alemania un país muy serio”. La pregunta de si ciudades, países o culturas tienen personalidad puede que sea válida, pero no deberíamos esperar que el lenguaje que usamos en el contexto de los individuos aplique a grupos sociales. Como habría dicho Phil Anderson, premio Nobel de física, el todo no sólo es más que la suma de las partes, es diferente. Así pues, invito a que reflexionemos sobre las propiedades emergentes de nuestras sociedades, y sobre las formas de interacción de donde emergen. Aunque hablamos todo el tiempo sobre la necesidad de tener una sociedad “desarrollada”, “organizada”, “pacífica”, “cívica”, etc., me pregunto hasta qué punto cometemos el mismo error que cuando nos enseñan las tres fases de la materia. Es decir, me pregunto si nos hemos limitado a darle nombres a ciertos fenómenos sin entenderlos. Todos hemos visto la película Titanic. Más allá de sus clichés, la historia de amor trillada, de sus efectos “especiales” y el dramatismo de la banda sonora, la película toca un tema que se ha convertido esencial en mi forma de pensar. Titanic también se puede ver como la historia del Capitán Smith quien creyó que viajaba en el “barco insumergible” y quien destinó el barco a un fracaso rotundo. Una perfecta combinación griega de hubris y némesis. Se preguntarán por qué no titulé la entrada “la tragedia de ser vulnerable”. La historia del Titanic nos invita a pensar sobre lo bueno y malo de ser vulnerable.
Voy a comenzar por el final. Mi opinión es que es importante diseñar un mundo en el que nuestras opiniones, creencias, posiciones políticas, relaciones, teorías, incluso nuestra misma personalidad, sean vulnerables. A primera vista, esta parecería ser la peor idea de todas. Yo no quiero que un ingeniero diseñe un puente de manera tal que se pueda caer; no quiero viajar en un avión cuyo piloto se comporte de tal manera que incremente la probabilidad de que el avión se caiga. Tampoco quiero dejar de usar protector solar, o viajar al lugar con más prevalencia de malaria para así volverme más vulnerable a enfermarme. Y definitivamente no quiero un capitán que nos haga más vulnerables a estrellarnos contra un iceberg. Suena como la peor idea, pero no es así. La razón es simple: Si algo no es vulnerable, no se puede mejorar. En ingeniería la vulnerabilidad es inevitable. Todo objeto material eventualmente se daña o rompe ya que está sujeto a la Segunda Ley de la Termodinámica (“todo tiende al desorden”). Gracias a que las cosas se rompen, tenemos carros más seguros, computadores más confiables, casas más robustas, puentes y aviones que se caen menos. Sin embargo, si un ingeniero peca es porque no es consciente de las vulnerabilidades de lo que diseñó; no porque diseñó algo invulnerable, pues esto último ¡es una imposibilidad! Pero hay un ámbito en el cual la Segunda Ley de la Termodinámica no aplica, y es en el mundo de las ideas. Es en este ámbito donde el tema de la vulnerabilidad deja de ser tan obvio. ¿Cuántas de nuestras creencias son invulnerables? ¿Cuántas de las críticas que intercambiamos segundo a segundo son invulnerables (“mal si sí y mal si no”)? Puesto que las ideas no se rompen por sí solas (a menos de que sean gramatical o lógicamente inconsistentes), debemos diseñarlas de manera que sí se puedan romper. Es decir, las ideas deben servulnerables por construcción. Este principio no tiene nombre, pero yo lo llamo el principio de vulnerabilidad. El requerimiento de vulnerabilidad es el fundamento más importante de la Ciencia. No se puede mejorar nuestro entendimiento del mundo si proponemos teorías y creencias sobre el mismo que son invulnerables. Es la razón por la cual los científicos decimos constantemente, hasta el cansancio, que “la Ciencia no prueba nada”, ya que una prueba, irrefutable, como las que existen en matemáticas puras, es invulnerable, y por lo tanto inmejorable. El uso de las matemáticas en Ciencia no es para probar nada. Es para ayudar a la construcción de afirmaciones vulnerables, de manera que con un solo experimento u observación que refute la ecuación podamos invalidar nuestra teoría o hipótesis. ¿Cómo identificar una posición invulnerable? Al expresar una opinión, ya sea científica, cotidiana, política, o cualquiera, la pregunta obligada que debemos hacer es: “¿Qué cosa, evento, o suceso específico me haría cambiar de parecer?” Si la respuesta a esta pregunta no nos llega fácilmente a la cabeza, es porque probablemente hemos elaborado una opinión que es invulnerable, y por lo tanto debe ser revaluada o reconstruida. Los ejemplos típicos de creencias invulnerables son las teorías de conspiración. Acá va una: “La llegada a la Luna en 1969 fue un montaje”. Es fácil ver que para teorías de conspiración como ésta no hay evento, documento, filmación, u objeto que las puedan romper. Toda evidencia se puede argumentar que es parte misma de la conspiración. Las matemáticas no son la única manera de construir afirmaciones, desarrollar teorías o armar creencias vulnerables. Pero sin las matemáticas es más difícil aplicar el principio de vulnerabilidad. Las dinámicas sociales son, por ejemplo, menos susceptibles de ser matematizadas. Por eso es que hacer Ciencias Sociales es más difícil que hacer Física. La importancia de ser vulnerable desafortunadamente no la enseñan casi en ningún lado. Y es que enseñarla es difícil, y ponerla en práctica es todavía más. Nuestra cultura, además, nos exige ser fuertes e invulnerables. Después, para los que nos gusta la academia, los años de doctorado en ciencias se pasan, en gran parte, tratando de corregir esta tendencia, desarrollando y automatizando la capacidad de diseñar proposiciones, opiniones, experimentos y teorías que sean vulnerables por construcción. Bajo esta experiencia propongo trasladar la importancia de ser vulnerable a la vida cotidiana. Mi apuesta es que si esta idea nos la enseñaran desde que somos pequeños, nos ahorraríamos muchas de las discusiones y debates sin fin que nos inmovilizan. Cuando revelamos que nuestras ideas son vulnerables, revelamos una fortaleza, no una debilidad. "Diversidad" es una gran palabra. Una que sólo parece tener connotaciones positivas. Hoy en día, en universidades, empresas, películas, anuncios de publicidad, libros, conferencias, reuniones de trabajo, y mil más, se busca tener diversidad. Diversidad en todos los frentes: étnica, disciplinaria, religiosa, de género, de nacionalidad. Hemos convertido la diversidad en una característica sagrada. Aprovecho mi interés por la diversidad y sus beneficios socioeconómicos para invitar a una reflexión y una problematización de este tema.
Un problema potencial que veo en el discurso sobre diversidad es la combinación de dos elementos: la elevación de la diversidad como fin último y la falta de precisión en definir diversidad de qué. Si convertimos “la diversidad” en una finalidad en sí misma y no especificamos a qué nos queremos referir, ningún grupo de personas será suficientemente diverso. Diremos “mi grupo es muy diverso, porque tenemos gente de todas las disciplinas y religiones en iguales proporciones, mitad mujeres y mitad hombres”, y nos responderán “No lo es. Todas esas personas de tu grupo son de una sola nacionalidad y sólo hablan un idioma.” Cuando integremos gente de todas las nacionalidades y razas, nos dirán “Tu grupo todavía no es diverso. Todos en tu grupo creen en una sola causa y has excluido a personas con opiniones diferentes y por lo tanto tu grupo ha fallado en tener una diversidad de puntos de vista.” Y así sucesivamente. Si las críticas sobre falta de diversidad son infinitas, y no existe nada que podamos hacer para satisfacer a plenitud el requisito de diversidad, la validez de cada crítica se nulifica. Analicemos un poco más a fondo el tema. Por ejemplo la página web “www.google.com/diversity/” describe una iniciativa de Google por aumentar la diversidad en sus empleados. A la fecha de hoy, respecto al género, sólo el 30% son mujeres. Con respecto a la etnicidad, el 2% de los empleados en Google son negros, el 3% hispanos, el 31% son asiáticos y el 60% son blancos. Datos indudablemente preocupantes. (Los medios, no obstante, han celebrado la transparencia de Google al respecto.) Pero ¿Qué quiere decir Google cuando nos muestra que su fuerza laboral es poco diversa? La misma página web comienza afirmando que “[E]stamos trabajando hacia una red que incluya a todos”. En esta frase enfatizan la palabra “todos”. Me gustaría en cambio enfatizar la palabra “incluya”, pues cuando afirmamos que un grupo es poco diverso queremos decir que ciertas personas han sido excluidas del grupo. Al ver el tema de la diversidad desde el punto de vista de la palabra “exclusión” se traen a colación temas de discriminación, nepotismo, justicia, corrupción y racismo. Me parece entonces que el problema detrás del tema de la diversidad es que queremos, no un grupo diverso, sino uno inclusivo. La diferencia entre diversidad e inclusión es importante, pues la exclusión es un problema moral que se maquilla fácilmente con una cifra: la diversidad. No tener clara esta diferencia nos puede dejar ciegos frente a grupos que son diversos pero no inclusivos. Estoy consciente que dadas las diferencias estructurales en las oportunidades que diferentes grupos tienen de estudiar, trabajar, etc., la exclusión se combate imponiendo más diversidad. Y esto probablemente es bueno. No lo sé. Mi punto es que la diferencia entre diversidad e inclusión es importante desde el punto de vista conceptual. Me atrevería a decir que esta diferencia hace que preguntas sobre inclusión o diversidad sean muy distintas. Por ejemplo, me parece que la pregunta de si la inclusión es buena o mala es de carácter moral, mientras que la pregunta de si la diversidad es buena o mala es de carácter empírico. De hecho, preguntas sobre diversidad no están limitadas a los sistemas sociales, y hacen parte del día a día de biólogos y ecólogos. En contraste, preguntas sobre inclusión sólo tienen sentido en el contexto social. Las preguntas de diversidad deben venir acompañadas por las preguntas: “¿diversidad de qué, buena o mala para qué y para quién?” La pregunta empírica sobre si la diversidad es buena o mala tiene varios matices y todavía no tiene una respuesta concreta. La investigación de Richard Florida y Kevin Stolarick, por ejemplo, sugiere que ciudades en las que sus residentes son muy diversos étnicamente, ocupacionalmente, y en su nacionalidad, son más prosperas desde el punto de vista económico. No se sabe bien por qué esto es así, pero sí está claro que el desarrollo económico es un proceso de diversificación. Por otro lado, la diversidad se ha asociado con menor capital social. En particular, los estudios de Robert Putnam (quien acuñó el término “capital social”), muestran una fuerte asociación entre alta diversidad étnica y una falta de solidaridad, menos participación cívica, menores donaciones, menos confianza en la comunidad y en las instituciones locales, menos felicidad, entre otros. Que la diversidad beneficie la economía de una sociedad pero desarticule su capital social no es necesariamente una contradicción. El sicólogo social Jonathan Haidt atribuye los efectos negativos de la diversidad no a la diversidad como tal, sino a nuestros instintos tribales. Estos instintos funcionan de manera que altos niveles de cooperación y reciprocidad entre personas (la base del capital social) emergen cuando la comunidad tiene un sentimiento de “intencionalidad compartida”. Es decir, cuando comparten un sentimiento de unidad y de colaboración hacia objetivos comunes. Pero el énfasis explícito y excesivo que le hemos dado a la diversidad ha terminado por limitar las intenciones compartidas de muchas comunidades. Esto ha hecho que comunidades más diversas exhiban menos capital social. Todos estos son resultados recientes y deben ser tomados con precaución, pero tiene sentido pensar que debemos enfatizar en un grupo diverso no las diferencias sino las semejanzas. Toda esta discusión me lleva a la siguiente conclusión: debemos ser más inclusivos en nuestras organizaciones, sí, lo cual generará diversidad que resultará en prosperidad económica. Pero para no fallar en nuestra búsqueda de una sociedad mejor debemos enfatizar más los valores comunes y las intencionalidades compartidas, y menos nuestras diferencias y nuestra diversidad. Hay ideas que son liberadoras. Una que encuentro profundamente liberadora, es la idea de que no todo tiene una razón de ser. Por ejemplo, cuando lanzo un par de dados en Settlers of Catan (el juego de mesa preferido de mi novia) y obtengo un par de números que me dejan en desventaja, no me lo tomo personal. Y no me lo tomo personal porque el Universo no está conspirando para hacerme perder un lanzamiento de dados.
Así mismo, muchos fenómenos en nuestra vida cotidiana no requieren explicación. Y sin embargo, una de las frases que escuchamos constantemente es que “todo sucede por una razón”. La frase la usamos como una consolación por las cosas malas que han sucedido y como una promesa de un futuro mejor. Pero promesas, al final, esclavizan. Lo difícil, sin embargo, es no tomarse de manera personal los eventos que suceden a nuestro alrededor. Esta característica de nuestra sicología es la fuente de muchas supersticiones. “Hoy vi un carro pasar al frente mío cuya placa contenía el número 235… Hmm. Eso en letras es B.C.E.. Hmm… Las iniciales de mi abuelo fallecido… Esto es una señal. Además, 2+3=5. No puede ser una coincidencia.” Este es el tipo de pensamientos que invaden nuestro cerebro constantemente. Y más que generar supersticiones, creer que todo tiene un propósito es la fuente de mucho sufrimiento humano. El filósofo Daniel Dennett llama esta tendencia la “actitud intencional”. Esta actitud, en la que asignamos una intención detrás de cada evento a nuestro alrededor, es un instinto que de hecho compartimos con algunos animales altamente sociales. Es lo que nos permite ponernos en los zapatos de otra persona y descifrar sus intenciones. Pero esta actitud, aunque indispensable en un contexto social, es un instinto y, como tal, es una camisa de fuerza que nos restringe. La idea que no todo necesita una razón de ser me liberó por primera vez cuando leí el libro “Fooled by Randomness” de Nassim N. Taleb. El momento exacto de liberación llegó justo luego de finalizar el libro, cuando releí el prefacio. En él, Taleb describe algunas cartas que recibió de lectores que habían sufrido dificultades en algún momento de sus vidas y que gracias al libro (la primera edición), habían aceptado su condición como simplemente desafortunada y habían desistido de torturarse buscando una razón para sus desgracias. Entendí que este libro, más que un interesante ensayo intelectual sobre probabilidad y estadística, contenía una enseñanza sabia y sutil: el azar y la incertidumbre en nuestras vidas, en lugar de representar una fuente de angustia e incomodidad, representan una fuente de liberación. La noción de azar como elemento liberador tiene consecuencias sobre cómo juzgamos a las personas y a nosotros mismos. Pero esta idea requiere un esfuerzo sicológico de nuestra parte para vencer nuestra actitud intencional. Para esto debemos imaginar las historias alternativas que hubieran podido suceder. En algunas de esas historias perdemos, en otras ganamos. Si el elemento decisivo entre perder o ganar es el azar, el resultado final no es nuestra culpa pero tampoco nuestro mérito. Un par de meses después de haber leído “Fooled by Randomness” de Taleb, me enfermé. Me hospitalizaron y me diagnosticaron diabetes tipo 1. Me explicaron con mucha delicadeza que era una enfermedad incurable que afecta aproximadamente 1 de cada 10,000 personas. Me enseñaron en qué consistía y sus consecuencias sobre mi futuro. Por muchos días me pregunté: “Una de cada diez mil personas… Qué probabilidades tan bajas… ¿Por qué yo?”. Luego, recordé que no todo tiene una razón y me liberé. Sin promesas futuras, el estudio del azar y la probabilidad se convirtieron desde entonces en mis temas preferidos. More Factors of Influence than Observations: Why We Need a Statistical Perspective of Economics3/1/2015 In this post I want to discuss a different perspective that, I think, should be taken into account when studying social and economic systems. It is, fundamentally, about considering that the number of factors and causes behind socioeconomic phenomena can be very large. And by large, I mean that the number of influences that determined each of the instances of our object of interest can be (almost) unique.
The current methodology in economics runs in the opposite way. Instead, the typical empirical exercises are about identifying the few significant factors of influence (i.e., explanatory variables) of a measurable phenomenon. And this is done typically by postulating a theoretical model of the world, and then testing it with regression analysis. This sounds perfectly reasonable. The concerns of economists with regression analysis is with what they call the ``endogeneity problem''. That is, the situation in which you don't know what caused what. Like, for example, when causation goes both ways between the phenomenon you are interested in and the factors you are including. My concern, however, is about the possibility that we may live in a world in which the number of (equally significant) factors of influence can be larger than the number of observations. I feel, in fact, that it is precisely because there are so many factors at play in socioeconomic phenomena that most of the research in the social sciences keeps constantly being fueled by the discovery of new factors of influence. Let me show you an example I read today. Every week, I receive in my email a list of new working papers in specific topics in economics. I quote from the abstract of the first paper in the list I received today: ``While various potential determinants of innovative activity have been considered, little empirical evidence is yet available for the influence of firm governance issues. This paper aims at filling this gap in the literature by studying whether the relative importance of owner-managed small and medium sized enterprises has an effect on regional innovative capacity''. What this abstract expresses is true: many (and I say MANY) determinants of innovative activity have been considered, but ``firm governance'' has received little attention. The paper concludes that, indeed, they find ``a sizable and significant influence of the regional importance of owner-managed [Small and Medium Enterprises] on relative regional innovative capacity''. The previous example was just the first paper in a list of 21 papers that I received this week. The majority share the same general template: ``Many factors have been studied, but here we report an additional factor that we found to be significant for a subset of observations''. Of course, I am only giving anecdotal evidence. But I feel this trend does not show any sign of stopping any time soon. Many factors of influence are still waiting to be studied. And I predict, many will be found significant for many subtypes of economic activities. Okay, but so what? In a regression model, if one has N observations, one cannot include more than N factors in the analysis. What do we do if there are, in fact, more than N factors influencing our N observations? In my opinion, this calls for a change in perspective. We need to give up the need of identifying specific causes, and we need a Boltzmannian revolution in economics. By this I mean that we need a ``statistical economics''. In this approach, we would recognize the complexity of the system, treat the parts of the system as stochastic, and we would try to understand the aggregate statistical properties of our phenomenon. We would then be trying to understand what are the statistical properties of an aggregate measure of economic activity, given that it will probably be the result a very very large number of processes and causal factors. Whether there are many or a few factors of influence in a given socioeconomic phenomenon is, ultimately, an empirical question. It is quite possible that there are just ten or less. However, there can also be a hundred factors. Or a thousand. Even a million. If reality is such that the number of factors influencing a phenomenon is so large, what, then, are the questions we should be asking? "The scientist does not study nature because it is useful; he studies it because he delights in it, and he delights in it because it is beautiful." -- Henri Poincaré
I relate very strongly with Poincaré's words. The quote expresses an attitude that moves me in my day-to-day life. Beauty, however, is a fuzzy concept. "Beauty lies in the eye of the beholder", as people say (or Plato, more exactly). These are my personal views on the beauty of social systems. It is in the lack of common denominators where I see beauty. The range of scales and the diversity that social systems display is, to my mind, unparalleled. Yes, biological systems are very diverse. However, biological systems are greatly limited by material, spatial, and energetic constraints. Moreover, biological systems have in place many mechanisms that limit the diversity and imposes homogeneity. For example, individuals within a same species are to most purposes the same. Same heights, same anatomy, same behavior. In other words, it is easy in biology to find common denominators. It is precisely the presence of common denominators which allows biologists to categorize individuals into species, genus, orders, kingdoms, etc. The same applies to other disciplines (think of physics with their fundamental particles and fundamental forces). Common denominators are, in contrast, the exception in social systems. Let me expand. Although social systems are composed of mainly one single species (humans), and may seem very homogeneous, this species' capacity to control matter, space and energy, and its capacity to transfer information from brain to brain so efficiently, has made social systems to explode in heterogeneity. For sure, physical constraints still exist. But since our main currency is not matter or energy, but information, the bounds that constrain us are weak (or non existent). So, for example, we now live much longer than before, the size of our social groups are now enourmous (think of today's megacities with populations of around 40 million), and cultural diversity has grown exponentially. There are no limits to how much money a person can have, or how much knowledge a person can access. And people now specialize in a diversity of occupations and activities whose coordinated efforts have allowed our species' influence to reach other planets. You can see, much of what has happened to the human species is precisely because we have the capacity, at the individual level, to be less like others (this, of course, has also brought many problems like inequality and discrimination, but these are topics for other posts). Now, let me be very clear. Lack of common denominators does not imply lack of regularities. And by transitivity, a lack of common denominators does not in any sense preclude us from doing Science. Lack of common denominators, in fact, is itself a regularity. And it's a beautiful regularity. A regularity that begs an explanation. To mistakingly confuse a lack of common denominators with a lack of regularities prevented biologists for many years from identifying biological laws. By biological laws I mean regularities that can be expressed in mathematical terms. This confusion, instead, led them to believe that biology's only job was to document and describe the particulars. The situation is worse in economics. While biologists have explicitly recognized the inherent diversity of biological systems, the lack of common denominators in social systems, in my opinion, has been largely neglected by economists. Economics, surprisingly, has gone through exhausting efforts to describe economic systems as composed of representative agents, firms, cities, countries, goods. This, in my mind, means taking away all the beauty and fun of social systems. But it also means moving away from reality. This special feature of social systems poses great scientific challenges. But, again, this only makes studying them even more exciting. In my day-to-day research I spend much of my time reading urban economics papers. Most of them aim to identify some type of causal link between two variables. As a consequence, most of them have a strong empirical component... lots of tables, test statistics, and graphics. The empirical tool by excellence used by economists is regression analysis, or econometrics as they like to call it. I am very skeptical of regression analysis, and I want to spell out some of my thoughts about it.
Let us imagine an economist asking the question "Which is the variable that causes an object to fall when released from a certain height above, say, the floor?" Would the tools of econometrics help answer his question? Our economist perhaps heard somewhere that mass is what makes material objects to "fall" onto others. So he collects information about many objects in a spreadsheet. Each row is a different object, and every column has information about the object. First, he includes a "dummy" variable that has the value 1 if the object fell when released, and 0 if it didn't. Most of the objects in his database did fall (and have 1's as their dependent variable to be explained), but still there are some did not, such as helium balloons. Then, he has other relevant information about the object: the height from which the object was released, the temperature of the environment, the temperature of the object, the time in which it was released, the initial acceleration, the final speed before hitting the ground, the latitude, the longitude, the volume, the color, the smell, the texture, the type of material, probably he also includes the price, and obviously, its mass. His question is: does mass cause objects to fall? And if it does, what is the strength of the effect? It is a perfectly sound and logical question to ask, and as we've mentioned, he has the expectation that mass does cause objects to fall. So he runs a first regression to see if he finds a correlation. Correlation is supposed to be a necessary, although not sufficient, condition for causality. However, despite all the data, when he runs his first exploratory regression (no instrumental variables yet), the mass variable ends up with zero explanatory power. Zero. Clearly, physicists got it wrong. A simple regression, controlling for all sorts of variables, shows unambiguously that mass has no effect on whether an object will fall. Worse, mass doesn't even correlate with any of the other control variables. Its role in the regression equation is the same as including the zodiac sign of the experimenter. We know, of course, that there are two effects cancelling each other. Mass does cause objects to fall, but mass also causes objects to resist changes in movement. The net effect: all objects fall, and all fall at the same acceleration. I am not an expert in econometrics, I am not a professional statistician, and don't have a PhD in Theoretical or Experimental Physics either. I may be wrong, but I think that there are no ways to test these two effects using regression analysis. If this type of problems arise identifying causes in situations as simple as this one, I expect more pathological problems to arise in the social sciences. My hope really is that we stop relying so much on regression analysis to learn about the world. |
AndresFrom philosophy of science to the science of cities, and the messiness of existence. Archives
May 2022
Categories |