Mi proceso para aprender a cocinar ha sido lento, frustrante e incluso doloroso algunas veces. Afortunadamente, mi mamá ha sido un gran apoyo en este proceso. Hay quienes obviamente tienen más facilidad para cocinar, y puede que yo sea especialmente negado, pero apostaría que la mayoría de las personas sufren más o menos las mismas dificultades al tratar de cocinar. Hoy quiero usar el tema de la cocina para desarrollar algunas intuiciones y preguntas sobre los sistemas sociales, nuestra capacidad de innovación y desarrollo económico. Como siempre, me estoy adelantando a conectar ideas aparentemente disparatadas. Así que comencemos por la cocina.
Parte 1: La dificultad de cocinar ¿Por qué nos resulta difícil cocinar? Dada la cantidad de información para cocinar que hay hoy en día en todas partes y conseguirla es tan fácil, ¿por qué tan pocas personas lo hacen? Y si cocinar consiste en seguir unas instrucciones claras y específicas, ¿por qué son tan pocas las personas que saben cocinar bien? Algunos dirán que cocinar es un arte, no una ciencia. Que desarrollar nuevos platos con nuevos sazones es una labor altamente creativa y artística, de mucha sensibilidad y paciencia, y por eso es muy difícil. Además, muchos no están siquiera interesados en preparar un huevo. Pero yo estoy hablando de replicar recetas relativamente tradicionales, como hacer un simple pan, preparar un arroz que quede bien, y tal vez unos buenos fríjoles, una buena sopa, o una buena pasta. Yo digo que es relativamente difícil, ¿pero relativo a qué? Pues permítanme poner en dos contextos distintos el acto de cocinar. Primero, en el contexto animal. Aunque el ser humano siente al igual que todos los animales hambre y la necesidad de comer, el humano carece de fuertes instintos naturales de supervivencia con respecto a la comida. Nos da hambre, pero eso no parece desencadenar instintos ocultos de caza. Por eso nos llaman tanto la atención películas como Naúfrago (con Tom Hanks), o series como Lost. Porque conseguir comida en la mitad de la selva no es una cuestión de darle rienda suelta a nuestros instintos cazadores. La capacidad de preparar nuestra propia comida no parece ser una habilidad preprogramada en los genes la cual se desarrolla natural y paulatinamente, y que tenemos que reprimir en la medida que vivimos en una sociedad (dudo en afirmar esto que escribo, pues se me vienen a la cabeza algunos amigos que comen como perros). Aunque muchos animales pasan también por un proceso de aprendizaje para cazar y conseguir comida, creo que es sensato decir que a los humanos nos queda más difícil que al resto de animales desenvolvernos solos a la hora comer. Quiero decir, a modo de breve paréntesis, que el problema de sobrevivir en una isla remota como en Lost ni siquiera depende de nuestra capacidad de cooperar los unos con los otros exitosamente (como la serie parecía sugerir). Existen numerosos relatos de grupos de experimentados exploradores varados en lugares como Australia, el Amazonas y el Ártico, que murieron por la incapacidad de lidiar con el medio ambiente. En segundo lugar, quiero comparar el acto de cocinar con el acto de llegar a la Luna, desentrañar los secretos del átomo y pegarle una ojeada al origen del Universo. Quiero hacer esta comparación porque nos ufanamos de ser muy inteligentes. Para mí que si hemos sido capaces de hacer todo esto, seguir una receta de cocina no debería ser mayor problema. Y sin embargo, ¿cuántas veces tenemos que llamar a nuestra mamá para preguntarle por enésima vez cómo es que se hace para que el arroz no quede pegajoso? Nos gusta mirarnos al espejo y decirnos a nosotros mismos que nuestra inteligencia es lo que nos ha permitido desarrollar tecnologías que nos han convertido en la especie dominante del planeta y colonizar con nuestras máquinas casi todos los rincones del sistema solar. Absolutamente ningún otro animal ha podido hacer lo mismo. De hecho, con el reciente descubrimiento experimental de LIGO (Laser Interferometer Gravitational-Wave Observatory) se me pone la piel de gallina. Pensar que un ser humano llamado Albert Einstein, hace 100 años, logró desarrollar una ecuación que predice simultáneamente: la forma en que las manzanas caen al piso; la manera en que los planetas orbitan las estrellas; el hecho de que el Universo está en expansión; que el espacio, el tiempo, la materia y la energía están todos íntimamente relacionados; y que el espacio-tiempo se curva y genera ondas, ¡algo que sólo se pudo confirmar un siglo después! Predicciones que, además, son cuantitativamente exactas para todos los efectos prácticos. Y sin embargo, la gran mayoría de nosotros somos incapaces de replicar ese “arroz con leche que le quedaba tan rico a la abuela”. La leyenda cuenta que Einstein declaró que su segunda mejor idea, después de su Teoría de la Relatividad General, fue cocinar un huevo duro mientras cocinaba la sopa, ya que así mató dos pájaros de un tiro y se ahorró la lavada de dos ollas en lugar de una. Aunque esta historia es probablemente falsa, presenta una paradoja que es real sobre nosotros los humanos: que conseguir el truco para entender el Universo y el truco para un buen plato de cocina sean igualmente difíciles. Esta paradoja, para algunos científicos, ha sido la puerta para entender la naturaleza humana y los sistemas sociales. La clave, dicen, está en el hecho de que tengamos que llamar frecuentemente a nuestra mamá para que nos dé el truco. En mi próxima entrada continuaré esta historia sobre la dificultad que tenemos de cocinar y, en general, de seguir instrucciones, nuestra dependencia de otros para poder seguir estas instrucciones, y conectaré ambas cosas con una nueva teoría que se ha venido desarrollando en algunos círculos científicos sobre la cultura como fenómeno biológico. Esta teoría genera una serie de preguntas interesantes sobre las posibilidades de innovación y desarrollo económico en sociedades humanas.
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AndresFrom philosophy of science to the science of cities, and the messiness of existence. Archives
May 2022
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