Estaba diciendo que cocinar era algo que me parecía curiosamente difícil. Pocos lo hacen, y de los que lo hacen, pocos lo hacen bien. ¿Por qué? En un extremo, tenemos a nuestros primos animales, menos racionales y más instintivos, que tienen comportamientos innatos que los guían a la hora de conseguirse su comida. Y en el otro extremo, están todas nuestras hazañas que hemos conseguido como especie, con un gran record de avances tecnológicos y científicos. Cocinar debería estar en un punto medio, en el que nuestros instintos animales se suman a nuestra gran inteligencia para traducirse en una facilidad natural para cocinar. Y sin embargo, no es así.
Me quedé diciendo al final de mi última entrada que en nuestras mamás, y en el hecho de que las tengamos que llamar frecuentemente para que nos ayuden en las tareas más básicas, está la clave para entender esta paradoja. Hablaré de una teoría que se ha venido desarrollando alrededor de estos temas. La pregunta que me hago es, ¿podría ser esta teoría el fundamento biológico para entender la innovación y el desarrollo económico? Parte 2: “La necesidad es la madre de…” El antropólogo Joseph Henrich, actualmente profesor del departamento de biología y evolución humana de la universidad de Harvard, ha estado desarrollando por varios años dicha teoría. Henrich y sus colaboradores han venido diciendo desde hace varios años que la inteligencia es la dimensión equivocada para entender al ser humano, sus hazañas y limitaciones. Muchos experimentos muestran que nuestra inteligencia innata, de hecho, no es muy distinta de la de otros primates. La teoría de Henrich y colaboradores hace énfasis, en cambio, en otra habilidad de los seres humanos poco mencionada en los libros de biología. Si la habilidad de los perros es tener un súper olfato, la de los chitas correr a una súper velocidad, y la de las águilas tener una súper visión, resulta que la habilidad de los seres humanos es ser unos súperimitadores. Así es. El plagio y la copia son lo nuestro por naturaleza. Cuando estamos en aprietos, como cuando tenemos hambre, o vamos a un examen sin haber estudiado, el instinto que de repente nos invade es el de la imitación. “La necesidad es la madre de la invención” dicen por ahí. No es así. En realidad, la necesidad es la madre de la imitación. El comportamiento típico que vemos en los estudiantes que no se preparan no es la inventividad, es la copia. Irónicamente, es para inventar mejores y más eficientes maneras para copiarse que emerge el impulso innovador (durante la universidad fui testigo de formidables estructuras triangulares, heredadas y transmitidas de una promoción a la siguiente, que usaban los estudiantes para copiarse colectivamente de los pocos que sí habían estudiado). Así pues, este instinto explica por qué estudiar cocina consiste no en recluirse en una biblioteca a leerse todos los libros con recetas, sino en imitar una y otra vez a nuestros cocineros preferidos (en mi caso, mi mamá). Y lo mismo ocurre con todo. Nuestro proceso de crecimiento y desarrollo es extremadamente largo comparado con otros animales. Pero es porque el nuestro consiste en aprender la mayor cantidad de elementos de ese gran paquete que llamamos nuestra cultura. ¡Lo hacemos imitando a nuestros padres (quisiera decir “emulando”, pero la verdad es que también agarramos muchas de sus malas mañas)! A medida que crecemos aprendemos a imitar a nuestras tías y tíos, abuelos, y eventualmente a los héroes de nuestros mitos y leyendas. Hoy en día los jóvenes imitan a sus rockstars preferidos y las estrellas de Hollywood. Esto puede ser bueno o malo dependiendo de la situación, pero lo cierto es que imitar es parte esencial de nuestra naturaleza. Parte 3: “Sobre hombros de enanos” Este súper poder de imitación tiene unas consecuencias que son, yo diría, casi esotéricas. La primera es que permite que una idea, comportamiento, creencia o práctica, se replique con una precisión suficiente como para sobrevivir más tiempo que lo que vive un ser humano. Es decir, las ideas, comportamientos, creencias y prácticas, gracias a nuestra súper habilidad, cobran vida propia, saltando de cerebro en cerebro, generación tras generación, sin deteriorarse mayormente. Algunas viven un par de años, pero muchas viven por milenios. La segunda consecuencia es que esas ideas, comportamientos, etc., a medida que se esparcen por varios cerebros a través del espacio y el tiempo, se van combinando y modificando. Por lo tanto, a medida que la población de seres humanos crece, el número de ideas, comportamientos, etc., comienza a crecer y, por lo tanto, comienza a emerger una lenta acumulación de información. La colección acumulada de ideas, comportamientos, creencias, prácticas, mañas, trucos, tecnologías, valores y normas de una población humana es lo que Henrich define como cultura. La tercera consecuencia es que nuestros dones le permitieron a la evolución darwiniana expandirse para actuar en un nuevo substrato: el mundo mental humano. En otras palabras, cuando el substrato es la materia (hecha de átomos y moléculas) la evolución darwiniana da lugar a la diversidad de plantas, insectos y animales que componen un determinado ecosistema. Cuando el substrato es el mundo mental la evolución darwiniana da lugar a la diversidad de ideas, prácticas, herramientas, normas y comportamientos que componen una determinada cultura (un proceso parecido ya había sido sugerido en 1976 por el biólogo Richard Dawkins, acuñando el término “meme” para referirse a cualquier unidad de transmisión cultural que evoluciona). Finalmente, la última consecuencia, que es para mí la más interesante, es que el mérito de la mayoría de las innovaciones tecnológicas y científicas no es de los individuos, ya que éstos son sólo el substrato donde las ideas viven y se reproducen. El mérito se lo lleva la cultura en la cual la innovación ocurre. Newton fue muy sabio al decir “Si he mirado lejos es porque me he parado sobre hombros de gigantes”. En vez de gigantes, Henrich y compañía dicen que las innovaciones pasan cuando muchos enanos se paran sobre los hombros de muchísimos otros enanos. Es difícil condensar toda esta investigación en unos pocos párrafos, y le recomiendo al lector que ahonde en ella. Henrich demarca toda esta teoría bajo el nombre de La Hipótesis del Cerebro Cultural. Desde que aprendí sobre esta teoría me siento más en paz con mis dificultades para cocinar. Pero me inquieta lo que pueda significar para culturas que están teniendo dificultades para superar sus problemas políticos, económicos y sociales. La habilidad que ha sido nuestra fortaleza desde el punto de vista ecológico, esa que nos ha permitido explorar todos los rincones del globo, puede hoy en día ser nuestra debilidad más fuerte. Me inquieta pensar que seamos tan adictos a replicar comportamientos pasados, que terminemos siendo incapaces de cambiar rápidamente como sociedad. ¿Qué capacidades tenemos para reproducir los elementos buenos de nuestra cultura y no los malos, y cuál es la mejor ruta para que el cambio hacia una “mejor” cultura no tome milenios?
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AndresFrom philosophy of science to the science of cities, and the messiness of existence. Archives
May 2022
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