En el colegio nos enseñan que hay tres estados de la materia: sólido, líquido y gaseoso. Es algo que aprendemos y podemos percibir sin dificultad en nuestro entorno. Es natural pensar que cualquier otro estado tendría que ser algo exótico, alejado de la vida cotidiana, como lo que le pasa a la materia dentro de una estrella, o al comienzo del universo.
El tema en sí de los estados de la materia parece ser, a primera vista, un tema que sólo es relevante para unos pocos científicos, muy especializados en catalogar distintas sustancias en los diferentes estados, y en buscar excepciones. Sin embargo, gracias a los avances en las ciencias de la complejidad, la comunidad científica en los últimos 15 años ha comenzado a considerar que este tema va mucho más allá de la física y la química, siendo posiblemente el corazón central de la Ciencia en general. Y dada su gran generalidad, a mí me parece que este tema es muy importante para entender y manejar nuestros sistemas sociales y económicos. Pero me estoy adelantando, así que déjenme comenzar por el principio, cuando personalmente me topé con todas estas ideas. En la universidad, estudiando física, aprendí que lo que me habían enseñado en el colegio había consistido en darle los nombres “sólido”, “líquido” y “gaseoso” a tres fenómenos, pero no a entenderlos. Parte del proceso para entender qué eran los “estados de la materia” fue darse cuenta que había muchos más de tres: condensados de Bose-Einstein, plasmas de partículas cargadas, materiales superconductores, superfluídos, por nombrar algunos. Después, fue entender que lo que determina si un material está en un estado u otro son sus propiedades emergentes. Son “emergentes” porque se hacen más evidentes a medida que nos alejamos de las partes que componen el material y lo miramos más como un todo. Las propiedades emergentes se mantienen constantes bajo un amplio rango de condiciones. Existen ciertos puntos de transición, sin embargo, más allá de los cuales estas propiedades emergentes pueden cambiar drásticamente. Por ejemplo, la liquidez es una de las propiedades emergentes del agua. El agua sigue siendo líquida entre 0 y 100 grados Celsius, pero más allá de estas temperaturas hay otros estados que llamamos hielo y vapor, y la transición a estos estados es drástica. Lo que es interesante es que estas propiedades no surgen de las características individuales de las partes, sino son la consecuencia de cómo las partes interactúan unas con otras. Por ejemplo, una sola molécula de H2O no es ni agua líquida, ni hielo, ni vapor. Pero si agarramos una bolsa con muchas moléculas de H2O una nueva característica surge y nuestra bolsa de moléculas ahora nos puede mojar. Es un hecho sobre el que deberíamos reflexionar más a menudo. ¿Cómo es posible que algo como la “liquidez” del agua “surja”? ¿De dónde? ¿Si las interacciones entre las partes son las que generan las propiedades emergentes, son estas últimas únicamente propiedades de sistemas materiales, o también de sistemas biológicos y sociales? Pues bien, fenómenos emergentes con sus respectivos estados están en todos lados. En lo biológico, fenómenos como la sincronización de las células cardiacas, el comportamiento coherente de una colonia de hormigas, el comportamiento colectivo de las neuronas que da lugar a pensamientos (y a la conciencia), y en últimas, el estar vivo o muerto, son características de sistemas vistos como un todo, no de sus partes. Cuando se habla de propiedades emergentes, literal y tangiblemente, “el todo es más que la suma de las partes”. Ahora bien, identificar estos fenómenos como emergentes no los explica en su totalidad, pero es un paso necesario para entenderlos. En lo social, fenómenos emergentes los vemos todo el tiempo también, pero son menos intuitivos. Por ejemplo, muchos de los trancones de tráfico son fenómenos emergentes que ocurren repentinamente y sin ninguna causa individual. ¿Cuántas veces nos encontramos en un trancón en el que decimos que tuvo que haber un estrellón y, de repente, el trancón se disuelve sin dejar evidencias de ningún accidente? Otros ejemplos son las crisis financieras, las guerras, y las modas. En la práctica tenemos la tendencia a centrarnos en los “arboles” y no en el “bosque”. Nos enfocamos demasiado en los individuos pero poco en sus interacciones y, por lo tanto, poco en las propiedades emergentes de nuestros grupos sociales. En políticas públicas, por ejemplo, nos esforzamos mucho en educar a los individuos y poco en educar a la sociedad, dos cosas igualmente necesarias, pero distintas. Nuestra obsesión con los individuos es tal que vamos al punto de asignarle atributos de personas a sistemas sociales como ciudades o países: “Barcelona es muy amable, Londres muy agresiva, y Alemania un país muy serio”. La pregunta de si ciudades, países o culturas tienen personalidad puede que sea válida, pero no deberíamos esperar que el lenguaje que usamos en el contexto de los individuos aplique a grupos sociales. Como habría dicho Phil Anderson, premio Nobel de física, el todo no sólo es más que la suma de las partes, es diferente. Así pues, invito a que reflexionemos sobre las propiedades emergentes de nuestras sociedades, y sobre las formas de interacción de donde emergen. Aunque hablamos todo el tiempo sobre la necesidad de tener una sociedad “desarrollada”, “organizada”, “pacífica”, “cívica”, etc., me pregunto hasta qué punto cometemos el mismo error que cuando nos enseñan las tres fases de la materia. Es decir, me pregunto si nos hemos limitado a darle nombres a ciertos fenómenos sin entenderlos.
1 Comment
Angolisjo
5/2/2016 09:53:11 pm
Cuanto más es el todo más que la suma de las partes?
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AndresFrom philosophy of science to the science of cities, and the messiness of existence. Archives
May 2022
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